6. Anfetaminas.

                                  “Mentirle a los demás es fácil, mentirte a ti mismo es imposible”

Mi respiración aumento involuntariamente y el ritmo cardíaco de mi corazón me hizo dudar de que pudiera explotar en cualquier momento. Cuando termino de explicarme porque se había mudado dos casas enfrente de la mía, decidí que era la hora de hablar.

- Oh bien, así me podrás ayudar en toda clase de trabajos y estudios– bromeo mientras no logro que mis labios dejen de temblar.

Me sonríe y se queda callado. ¿Por qué no se ríe? ¿No le ha hecho gracia? ¿Por qué no tendré la boca cerrada? Hablo apresuradamente.

- Era broma – digo apresuradamente para asegurarme que no he dicho nada malo y el suelta una carcajada para mi alivio.

- La verdad, Brynne, es que no me importaría hacer trabajos contigo.

¿Me estaba insinuando algo? ¿Esta… ligando conmigo? Trago saliva y estoy a punto de contestarle que acaban de cambiar la definición de trabajo por la de una relación estrecha entre dos personas que sienten algo el uno por el otro… pero que digo apenas lo conocí hace tres semanas y no he conseguido hablar con él hasta esta mañana.

- Bueno no te creas que todo será bueno para mí – le sonrió – recuerda que te haga una lista con las ventajas de tenerme como vecina.

- ¿Tú nunca te rindes? – Dice riéndose – pero seamos sinceros, ¿Qué clase de ventajas puedo obtener de una vecina que quiere aprovecharse de mi para hacer los deberes y viste un especie de pijama de ositos y ovejitas?

- ¡Me lo regalo mi tía!

- Entonces tu tía tiene un gusto horroroso.

Y no puedo evitar reírme. ¿Por qué no era esa cuando nos conocimos? La primera vez en el parque nos miró tan raro y todas las demás veces a estado como ignorándome… ¿De dicho algo esta mañana para merecerme su atención? ¿O soy tan tonta como para no poder creerme que un chico que me guste me esté hablando? Oigo a mi madre gritar mi nombre desde mi casa y me revuelvo molesta. Él me está mirando impasible.

- Acuérdate de que terminemos esta conversación… - le gruño.

- No se me olvidaría…

Le sonrió de buena gana y el me devuelve una de sus mejores y perfectas sonrisas. Pongo los ojos en blanco mientras grito:

- Buenas noches, Deeven.

- Buenas noches, Brynne – dice y me guiña un ojo antes de irse –  duerme con los angelitos.

 Y os juro que desde que escuche mi nombre en su boca me gusta mucho más. Cuando cierro la puerta de mi casa parece que he envejecido rápidamente y acabo de correr el maratón de cien metros lisos.

- ¿Quién era ese chico?

- Un amigo de clase – le resoplo a mi madre que acaba de quitarle toda la magia del momento.

- Con que un amigo…

De repente suena el timbre de mi casa salvándome de la mirada inquisitiva de mi madre y yo corro hacia la puerta fantaseando que es Deeven otra vez. Pero lo que me encuentro es con una Elena llorando con una maleta frente a la puerta de mi casa y la parte excesiva protectora que hay en mi interior se pone a funcionar, olvidándose de todo lo demás.

- ¿Elena? ¿Qué ha pasado?

- Mis padres me han echado de casa.